Cristina Motta *
analisislibre.org / Barcelona, España
El Tibet lugar otrora lejano, inasequible y misterioso, inspiró cuentos y leyendas mágicas en torno a su origen, como también a su devenir. Rodeado por las cinco montañas más altas del Himalaya, una de ellas la más elevada del mundo “El Everest” (8.848m), llamada también por los tibetanos “la montaña de la Diosa”. A pesar de esta mítica y a la vez natural protección, el país no pudo escapar de una historia real, escrita muchas veces con sangre y dolor, sustentadas en fuertes episodios de guerra, invasiones y destrucción, que hicieron sobrevivir a los tibetanos aconteceres dramáticos y profundamente lamentables.
Hoy, el Tíbet constituye un verdadero ejemplo de colonización cultural. La invasión por parte de China, ha causado en los últimos 50 años una conmoción brutal en todos los ámbitos del país.
En el pasado esta tierra conocida también como “El Techo del Mundo”, constituía un país totalmente independiente, con su capital Lahsa, llamada por los tibetanos “Tierra de la Divinidad”, fundada en el año 600 DC. Este territorio ubicado en el sudeste asiático, conformado por una enorme meseta situada a una altitud media de 4.875m, con una extensión de 2,5 millones Km2 de superficie, tenía como territorios limítrofes: India, Nepal, Sikkim, Bhutan, Birmania y China.
En la actualidad el Tíbet ha dejado de ser un país. Sus fronteras quedaron borradas del mapa, así como gran parte de su territorialidad. Hoy es considerado uno de los cinco territorios autónomos chinos, y su extensión física ha quedo reducida a 1221.600 K2.
La historia del Tíbet se inicia en el siglo VII, bajo el reinado de Srongtsen Gampo, cuando se constituye en una real entidad administrativa, con un código de leyes, una estructura tributaria, se crea el tibetano escrito derivado del sánscrito, y nace el legado espiritual budista del Tíbet actual, con la introducción del budismo proveniente de la India que se une con la antigua religión local chamánica “Bon”.
Desde sus inicios, la cultura tibetana se ha caracterizado por un profundo espíritu religioso, el cual ha impregnado todos los ámbitos sociales y culturales, incluyendo el político. La oración está presente en todo lugar: piedras con inscripciones de rezos; banderines con oraciones que flamean al compás del viento; molinillos que al hacerlos girar hacen rotar plegarias cuyo sonido se hace escuchar. Esta realidad explica el porqué esta sociedad, desde sus comienzos hasta mediados del siglo XX, tenía una estructura social estratificada, en la cual el noventa y nueve por ciento de la población practicaba el budismo y, una tercera parte de ella eran monjes o monjas, siendo el Dalai Lama el máximo líder religioso y político del Estado, elegido siempre por reencarnación y no por herencia.
Hasta el siglo X fue un país independiente, con un sistema feudal donde las tierras estaban en posesión de familias nobles, monasterios y pequeños terratenientes. Posteriormente, sube al trono el rey NyakihriTsampo, el cual instaura una dinastía militar, que expande la meseta tibetana entre los reinos de China, India, Nepal, Birmania y Batán.
En el siglo XIII, el país fue dominado por el Imperio Mongol. A pesar de ello, el invasor permitió una gran autonomía secular al budismo tibetano. A principio del siglo XVIII el Tíbet es intervenido a la fuerza por China, la cual se establece de manera definitiva hasta el año 1904, cuando el ejército británico invade al Tíbet y obliga a China a reconocer a este territorio como un protectorado de Gran Bretaña. Posteriormente en 1907, se firma un nuevo tratado entre Inglaterra, China y Rusia, según el cual, la región vuelve a pasar al dominio chino. En 1911 se proclama la República en China, lo cual obliga al ejército de ese país a regresar y abandonar el territorio tibetano. El Dalai Lama aprovecha esta coyuntura para tomar posesión del gobierno y, declara la independencia del territorio.
En 1950 China vuelve a invadir al Tíbet. Cinco años después estalla una rebelión con la finalidad de recuperar la autonomía, pero el insignificante ejército tibetano no pudo dar la talla ante la fuerza bélica china. La sangre tiño al Tíbet, miles tibetanos murieron y, hubo una gran destrucción irreparable del patrimonio cultural. Templos, monasterios, libros de incalculable valor, centros de milenaria medicina, todos fueron irracionalmente destruidos.
En 1959, el constante asedio por parte de las autoridades chinas hacia las autoridades tibetanas hicieron que el decimocuarto Dalai Lama TenzinGyatso y, sus colaboradores huyeran a la india. En 1960, el Primer Ministro indio Jawaharlal Nehru, autoriza el establecimiento de un gobierno tibetano en el exilio en la ciudad de Dharamsala. Desde entonces aproximadamente 150.000 tibetanos han huido de la persecución política y religiosa. Actualmente la mayoría migraron a la India, otros a Bután y Nepal.
En el Nepal, que en estos momentos vive el siniestro causado por un terrible movimiento telúrico, se encuentran unos 30.000 tibetanos establecidos en la ciudad capital Kathmandú. En ella, a lo largo del tiempo han edificado el barrio Tibetano, llamado Boudhanath donde se encuentran 50 templos budistas y la famosa estupa de Bonath, una de las más grandes del mundo. Desgraciadamente muchas de estas espléndidas edificaciones han sido destruidas por el desbastador terremoto de mayo 2015. Con ello, este país crisol de culturas, donde predomina como religión el hinduismo, demuestra su capacidad de tolerancia a la diversidad de creencias.
Sin embargo, en los últimos años, el gobierno nepalés siguiendo directrices del gobierno chino, ha perseguido y maltratado duramente a los inmigrantes tibetanos. Por ello ha recibido bonificaciones y ha logrado mantener las buenas relaciones con este país. Este hecho ha provocado críticas por parte de la ONU, así como de varios países en particular.
El conflicto tibetano está sustentado por el debate de dos demandas encontradas: por una parte, la necesidad de autodeterminación e independencia del Tíbet y, por otra, China demanda el derecho de un estado multiétnico que implica mantener al Tíbet como parte histórica de su integridad nacional.
El Dalai Lama, desde el exilio, ha buscado el apoyo necesario en países democráticos, así como también ante la Organización de las Naciones Unidas, con el fin de encontrar una solución de paz, y así restaurar los derechos humanos en el Tíbet. A pesar de ello, poco o nada se ha conseguido al respecto, ya que los intereses de los países hegemónicos con la pujante China ha hecho que los planteamientos de los tibetanos no encuentren eco y que las “acciones” no lleguen más allá de ser simples declaraciones de principio.
Esta penosa historia de un pueblo que ha luchado y sigue combatiendo por el derecho de defender su acervo e identidad cultural, ha constituido paradójicamente la posibilidad para que el mundo Occidental conociese la existencia de este gran legado espiritual.
En el Tíbet, queda aun la desolación paulatina de toda manifestación cultural, social y humana. A lo largo de estos años, las manifestaciones han seguido, tanto fuera como dentro del territorio, muchas de ellas con dramáticos resultados. Desde el año 2010 hasta los momentos un nuevo modo de protesta se ha hecho frecuente: la inmolación.
El 11 de enero del año 2014 un incendio originado por causas hasta ahora desconocidas, destruyó a un milenario pueblo tibetano Dukezong otrora llamado Shangri-la.
A pesar de todo lo vivido, el tibetano continúa albergando en su alma la esencia primigenia de su hacer y creer. Hoy el Tíbet en el corazón de sus montañas, posiblemente guarda la respuesta secreta a la pregunta del por qué en éste preciso lugar lo sagrado puede presidir a lo profano.
* Doctorado en Antropología Psiquiátrica, Sorbonne, Paris V. Master en Ecología Humana. Comunicadora Social.